Es curioso como a veces la vida nos regala algo y nos lo quita al minuto después. Pero ¿sabes? La actitud ante la vida es lo que marca la diferencia.
Recuerdo muy bien este día. Era el 17 de junio y estaba dando una formación a mujeres emprendedoras. No era la primera vez que lo hacía. Ya no me daba miedo hablar en público, pero aquella vez era diferente: delante de mi tenía una sala llena de personas escuchándome.
Antes de empezar podía perfectamente identificar todos aquellos pensamientos que alimentaban mis inseguridades y miedos. Podía escuchar mi diálogo interno negativo, intentando afectar mi estabilidad con sus palabras: “no eres lo bastante buena…”, “seguro que te vas a equivocar o que te quedas con la mente en blanco…”, “la gente se va a reír de ti…”.
Sin embargo, no fue complicado tomar las riendas de mi mente, elegir la actitud adecuada para que aquella charla se transformara en una de las mejores que di. Fue realmente uno de los días más felices y en que me sentí verdaderamente orgullosa de mi. Había superado muchos miedos, acercándome cada vez más a la persona en la que quiero transformarme.
El péndulo de la vida
A los pocos días de mi momento de gloria, la vida dio la vuelta a la tortilla.
Sentada en una sala de espera de urgencia lucho con unos dolores muy fuertes en el vientre. Estoy embarazada de pocas semanas, pero siento que algo va mal. Mientras intento luchar con la avalancha de pensamientos negativos cada vez más poderosos, vuelve el recuerdo del anterior embarazo, que tuve que interrumpir por una malformación en el feto. Noto como el miedo se apodera de mi cuerpo: el corazón que late cada vez más rápido, las lágrimas que quieren salir, el nudo a la garganta y al estómago…
Entro en la consulta del ginecólogo. Después de la ecografía el diagnóstico es claro: embarazo ectópico, hay que operar.
En unos instantes los recuerdos y las sensaciones bonitas de los días anteriores desaparecen, como niebla en una mañana de sol.
El miedo se empodera de mí, me paraliza, me atrapa en un túnel en el que no consigo ver ninguna luz.
Los días a seguir son duros. Siento que la vida ha sido injusta. Una tormenta de tristeza, rabia y miedo a la vez, va dejando espacio a un pensamiento imponente como una montaña: “Nunca más intentaré quedarme embarazada”.
Es curioso, en mis charlas hablo de cómo cambiar la actitud y de cómo transformarnos en dueños de nuestras vidas. Sin embargo, en aquellos momentos me costaba mucho dar el paso para salir de mi victimismo más profundo.
“La vida no es lo que se supone que debe ser. Es lo que es. La forma de lidiar con esto es lo que hace la diferencia”. Decía Virginia Satir.
“La actitud no es algo que se tiene, es algo que se hace” Dice Roberta Liguori, coach y formadora italiana.
Como si fueran salvavidas flotando en una mar en tormenta, me agarré con toda mi fuerza a estas frases. Empecé a repetirlas dentro de mí todas las veces que el miedo volvía silencioso, intentando paralizarme, porque, al fin y al cabo, no es nada más que una emoción.
Al ser una emoción, así como la alegría, la sorpresa, la tristeza, la rabia, el asco, también el miedo es algo sano, natural y sobretodo útil, porque nos da informaciones sobre la situación que estamos viviendo.
El miedo nos informa de que hay un peligro y que quizás no tenemos todos los recursos necesarios para enfrentarnos a él.
Sin embargo, hay veces en que se transforma en dueño de nuestra mente, transformándonos en esclavos, paralizándonos, atrapándonos en nuestra zona de confort y quitándonos la oportunidad de avanzar como personas.
El único modo para superar nuestros miedos es mirarlos a los ojos y enfrentarnos a ellos. Esto no significa transformarnos en kamikaze, al revés significa entender cuáles son los recursos que necesitamos para enfrentarnos a aquellas situaciones “peligrosas” de forma del todo nueva.
Ahora, al cabo de unos meses elijo enfrentarme a uno de los miedos más grande que tengo en este momento de mi vida: quedarme embarazada otra vez. Podría elegir quedarme en él, hacerme escudo con escusas y victimismo, pero ¿de que serviría? Por un lado, me sentiría segura por no tener que enfrentarme otra vez a una situación potencialmente dolorosa, pero tendría que pagar un precio muy alto por ello: renunciar a ser madre.
La vida es como un péndulo
No sé si la próxima vez tendré suerte y podré vivir un embarazo sereno y normal, pero ahora sé que tengo los recursos necesarios para enfrentarme a cualquier desafío que la vida quiera ponerme delante. Es curioso, si alguien me hubiese contado lo que iba a vivir y a experimentar, nunca pensaría que tendría los recursos para enfrentarme a ello. Pero los encontré.
Somos más fuertes de lo que creemos y encontramos recursos en nuestro interior que ni siquiera pensamos tener a priori. Porque, al fin y al cabo, la vida es como un péndulo. Su movimiento es regular, oscila de un lado a otro y cuanto más lo arrastras hacia un lado, más fuerza tendrá para llegar al lado opuesto.
La vida es cómo un péndulo: oscila entre momentos de pura felicidad, por un lado, y profunda tristeza por otro. Y sí, es posible controlar su oscilación: a través del miedo hacemos que se mueva muy poco hacia el lado de la tristeza.
Sin embargo, existe una contraindicación: mientras intentamos alejarnos del dolor, también estamos renunciando a los momentos de intensa felicidad, con el riesgo de que nuestro péndulo pierda su impulso, parándose. Es entonces cuando nos deja en un estado de total apatía.
Hoy puedo decir que renunciar a los momentos de profunda felicidad, para protegernos del dolor es un precio demasiado alto que pagar.
Y tu péndulo: ¿cómo se mueve?