Si tú también confundes las emociones con los sentimientos, es decir, si piensas que ambos son lo mismo, sigue leyendo porque descubrirás, no sólo que no lo son, sino cómo puede cada uno de ellos influir en tu vida y tu bienestar.
Ayer pasé el día con mi familia para celebrar el cumpleaños de mi sobrinito Fernando, que cumplía 3 añitos. Adoro a los niños de esta edad porque son espontáneos, transparentes, cariñosos.
Jugando con él me di cuenta de algo que siempre se estudia en inteligencia emocional: que las emociones son impulsos espontáneos, que nacen frente a una situación de forma rápida y automática.
Un niño de esta edad es la prueba de que éstas llegan y se van rápidamente. Fernando pasó en sólo 5 minutos por muchas emociones diferentes: de la sorpresa frente a sus regalos, a la risa por la alegría, al llanto cuando el hermano le quitó el juguete para volver a reírse cuando la madre le cogió en brazos.
Todo esto me hizo reflexionar acerca de cómo todo cambia cuando nos hacemos mayores y de cómo, a menudo, confundimos las emociones con los sentimientos, quedándonos atrapados en estados de ánimo a veces desagradables, de los que en realidad somos al 100% responsables.
Me explico mejor. El estado de ánimo de una persona no depende de los acontecimientos que le pasan en su vida sino del significado que le da. En realidad, es la interpretación personal de los hechos la que hace que un despido, por ejemplo, pueda transformarse en una tragedia o en un regalo, un resultado inesperado en un fracaso o en aprendizaje y una crisis en fin o en inicio.
Este mismo significado determina la actitud ante la vida y ésta constituye una pieza importante de los resultados personales de cada uno.
Emociones y sentimientos: aprende a diferenciarlos
Como dije al principio, hay que tener en cuenta que la emoción que sentimos ante un acontecimiento es diferente del sentimiento.
La emoción es un impulso espontáneo y dura muy poco. Por ejemplo, sentimos miedo ante una situación desconocida o peligrosa, o sorpresa ante un hecho inesperado. En otras palabras, la emoción nos lleva un mensaje acerca de lo que está pasando.
El sentimiento, cómo nos sentimos a largo plazo, nace de los pensamientos que se tienen a partir de la emoción inicial. Es decir, estos pensamientos son la interpretación que le damos los hechos y a la emoción que sentimos en un determinado momento.
Esto significa que, aprendiendo a elegir los pensamientos más útiles en cada momento, podemos también gestionar la emoción y tener como resultado un estado de ánimo determinado.
Pondré un ejemplo. Imaginemos que estamos esperando a un amigo y que éste llega tarde, haciéndonos esperar durante mucho tiempo. Es muy probable que la emoción que voy a experimentar sea la rabia. La rabia me está avisando de que la situación que estoy viviendo no me está gustando. A partir de esta emoción puedo andar por dos caminos distintos según los pensamientos que elija.
Puedo pensar que mi amigo es un maleducado, que siempre llega tarde y que no me respeta, o pensar que a lo mejor le ha pasado algo o que ha encontrado un atasco.
En el primer caso voy a tener un sentimiento de frustración. En el segundo un sentimiento de preocupación. Ambos estados de ánimo determinarán mi actitud frente a la situación.
En el primer caso es probable que se genere un conflicto con esta persona, en el segundo una conversación más tranquila. En el primer caso tendré una actitud muy cerrada, en el segundo una más abierta a escuchar.
La actitud determinará mi forma de actuar: en el primer caso me pondré a discutir y a gritar; en el segundo pediré explicaciones y le preguntaré sobre los hechos.
Mi forma de actuar determinará los resultados: en el primer caso un conflicto, en el segundo una conversación tranquila.
Cómo se puede ver, a raíz de un pensamiento y de la interpretación de un hecho se puede llegar a tener resultados completamente diferentes.
En otras palabras, existe un mecanismo primario que determina nuestra emoción básica frente a un acontecimiento que viene controlada por la amígdala y que actúa antes de que el neocórtex pueda analizar la situación. Más allá de este mecanismo, hay otro que actúa en un segundo momento, donde entra en juego el pensamiento racional y que influye directamente en la percepción personal que tenemos de los acontecimientos que vivimos y de las emociones que sentimos.
La buena noticia es que este mecanismo se puede aprender a gestionar. El primer paso para hacerlo es entender el papel de emoción básica (miedo, rabia, sorpresa, alegría, tristeza, asco) y el mensaje que ésta trae (pérdida, peligro, búsqueda de recursos, choque de valores, falta de límites bien definidos).
Después podemos elegir los pensamientos que nos ayuden a generar sentimientos que nos sirvan a tener una actitud abierta frente a cualquier acontecimiento que nos pase.
Esto significa que somos dueños de nuestra actitud en todo momento y que, con un poco de entrenamiento, podemos dejar de quedarnos atrapados en sentimientos que no nos apoyan a avanzar en nuestro desarrollo personal – > Cómo entrenar tu mente para tener una actitud positiva
Empieza a entrenarte eligiendo cada mañana los pensamientos que quieres tener durante tu día. Presta atención a cada emoción que aflore de tu interior, acogiendo su mensaje y dejándola ir, para dejar espacio a los pensamientos que pueden acompañarte hacia un estado mental y emocional abierto y constructivo.